A Pablo le llegó la invitación el que recordaría siempre como el peor día de su vida.
Una de las cosas por las que Marco es tan especial es ésta, es un sabio elector de momentos. No es que necesites estar preparado para entrar al barco, no hay ninguna prueba que se deba superar, simplemente debes necesitar descubrirlo. Y él, no sé cómo (nunca lo cuenta), sabe precisamente cuándo es eso.
Pablo se había hecho tal nudo marinero con las tripas que lo único que podía ir desatando los trocitos que no pertenecían a éste, sólo se encontraba en el barco.
viernes, 21 de mayo de 2010
miércoles, 7 de abril de 2010
El camarote de "los tristes"
Dentro del barco, en el fondo-fondo, donde ni se llega a ver el horizonte del agua que hay, Marco tiene reservado un camarote para los que él llama "los tristes". Son esos que viven con cara de pena, miran con ojos de sombra y callan lágrimas del corazón.
Les ha dejado ese huequito porque sabe que cuando se siente gris la sangre, sólo cabe esperar.
El camarote sólo tiene un ojo, pero no hay muchas discusiones por eso, al fin y al cabo, lo único que parece interesarles a "los tristes" son sus zapatos.
Aunque claro que luego se les va pasando, cuando terminan de esperar y empiezan a no dejar pasar. Les entra eso que en otra vida llamaron curiosidad, descubren el pequeño círculo azul y recuerdan que había una cosa que se llamaba mar.
Les ha dejado ese huequito porque sabe que cuando se siente gris la sangre, sólo cabe esperar.
El camarote sólo tiene un ojo, pero no hay muchas discusiones por eso, al fin y al cabo, lo único que parece interesarles a "los tristes" son sus zapatos.
Aunque claro que luego se les va pasando, cuando terminan de esperar y empiezan a no dejar pasar. Les entra eso que en otra vida llamaron curiosidad, descubren el pequeño círculo azul y recuerdan que había una cosa que se llamaba mar.
martes, 1 de diciembre de 2009
La primera bufanda de colores
A Marco le encantan las chicas con el pelo corto, a lo chico. Yo creo que es porque la primera persona que montó en el barco fue ella: Eva, o quizá no se llame así, pero a él le gusta ese nombre, porque es corto, igual que su pelo.
Ese día debía ir tarde porque llegó corriendo a la parada, era muy gracioso verla esquivar paraguas mientras se peleaba con el viento para que no le quitara su gorro verde, no tenía tiempo de pararse a jugar un ratito con él, por eso andaría tan enfurruñado.
Subió de un saltito al autobús y sonrió al conductor. Fue entonces cuando Marco se dió cuenta de que la primavera en pleno diciembre es posible si viene de la mano (del cuello mejor dicho) de la persona adecuada, en una bufanda con miles (¡millones!) de colores, todos gritando como locos, contentos de enfrentarse al gris de las mañanas que siempre cubre toda gran ciudad, desafiantes y valientes, felices al fin de salir del fondo del cajón. Parecía que ella lo sabía, era como si les entendiese, cada cosa que hacía estaba contagiada de esa alegría.
Marco ni parpadeaba, buceaba entre las rayas de colores, buscando un sitio donde quedarse, al menos por un ratito. Pero algo le hizo levantar la vista, un leve movimiento. Era Eva la que se movía, se había quitado el gorro, y con gesto de gato y cara de niña se alborotaba el pelo, divertida.
Ese día Marco empezó a construir el barco. Adivinad a quién invitó a subir. Adivinad qué escogió de bandera.
Ese día debía ir tarde porque llegó corriendo a la parada, era muy gracioso verla esquivar paraguas mientras se peleaba con el viento para que no le quitara su gorro verde, no tenía tiempo de pararse a jugar un ratito con él, por eso andaría tan enfurruñado.
Subió de un saltito al autobús y sonrió al conductor. Fue entonces cuando Marco se dió cuenta de que la primavera en pleno diciembre es posible si viene de la mano (del cuello mejor dicho) de la persona adecuada, en una bufanda con miles (¡millones!) de colores, todos gritando como locos, contentos de enfrentarse al gris de las mañanas que siempre cubre toda gran ciudad, desafiantes y valientes, felices al fin de salir del fondo del cajón. Parecía que ella lo sabía, era como si les entendiese, cada cosa que hacía estaba contagiada de esa alegría.
Marco ni parpadeaba, buceaba entre las rayas de colores, buscando un sitio donde quedarse, al menos por un ratito. Pero algo le hizo levantar la vista, un leve movimiento. Era Eva la que se movía, se había quitado el gorro, y con gesto de gato y cara de niña se alborotaba el pelo, divertida.
Ese día Marco empezó a construir el barco. Adivinad a quién invitó a subir. Adivinad qué escogió de bandera.
martes, 8 de septiembre de 2009
Pequeñas cosas
Marco sabe fijarse en las pequeñas cosas, en esas tan diminutas que suelen pasar desapercibidas para el resto del mundo, son ellas las que le ayudan a elegir a los que pueden montar en su barco. Hace mucho tiempo ya que lo acordaron, ellas le hacen una señal (¡le guiñan el ojo!) y él, a cambio, deja que duerman a los pies de su cama cuando empiezan a volverse transparentes. Así ellas nunca se pierden (cuando las pequeñas cosas se vuelven transparentes, se las lleva el viento muy lejos) y él consigue nuevos amigos, de esos que brillan hasta cuando no sale la luna.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)